En la costa de un pequeño pueblo del Este de los Estados Unidos, un enorme tiburón ataca a varias personas. Por temor a los nefastos efectos que este hecho podría tener sobre el negocio turístico, el alcalde se niega a cerrar las playas y a difundir la noticia. Pero un nuevo ataque del tiburón termina con la vida de un bañista. Cuando el terror se apodera de todos, un veterano cazador de tiburones, un oceanógrafo y el jefe de la policía local se unen para capturar al escualo.
Al igual que la temible criatura con esos indefensos nadadores, un joven cineasta llamado Steven Spielberg demostró que del mismo modo sabía manejar a su antojo las emociones de un público completamente aterrorizado en esta producción que podríamos definir como el perfecto modelo de los actuales blockbusters veraniegos.
Tiburón no solo es una de las películas más perturbadoras y angustiosas de todos los tiempos; también es una estupenda obra de entretenimiento cuyos héroes representan el modelo de la masculinidad estadounidense herida (Robert Shaw, el cual domina con facilidad todas sus escenas gracias un increíble rango interpretativo, encarna a una especie de moderno capitan Acab que apenas puede ocultar su maltrecha psique bajo la máscara de un génerico desprecio por su entorno). A parte de eso, está dirigida con inteligencia y cuenta con una alentadora banda sónora compuesta por John Williams que ya forma parte del Imaginario colectivo.
Yendo al grano, aunque no es mí película favorita de Spielberg, Tiburón me parece un éxito rotundo tanto a nível artístico como comercial. Ya le gustaría a más de hacer una película con cuatro perras y que sea tan buena como esta.
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